Cuando el correo eran sobres y sellos

9 DE FEBRERO DE 2022 | 785

El otro día recordé que, en mi primer trabajo, en 1991, no tenía correo electrónico. Además, me vino a la mente una persona que conocí en aquella época que hablaba de algo que se llamaba INTERMET (sic) y que era el futuro. Al poco, en una comida de Navidad en casa de mi tío (Jaume Ferrús, que era el más avanzado tecnológicamente de la familia), nos enseñó un texto en una pantalla de ordenador y nos dijo: «esto es Internet, lo que veis aquí viene de un ordenador que se encuentra en la otra punta del mundo». Y me estalló la cabeza.

Hace treinta años, pues, las comunicaciones en el mundo laboral iban por carta, teléfono y fax. Yo trabajé seis meses (un par de horas al día) en una asociación de profesionales de la sanidad que reunía a socios de todos los países de habla latina (desde Rumanía hasta Colombia, pasando por Quebec). Como el teléfono se utilizaba poco (era carísimo llamar de un país a otro), la mayoría de las comunicaciones eran escritas, por carta o fax. El fax proporcionaba cierta inmediatez, pero sin pasarse: tenías que escribir el texto en un ordenador, imprimirlo y pasarlo por el fax. El receptor solía recibirlo al cabo de unos segundos o minutos. La carta, en cambio, era la lentitud personificada: escribe el texto, imprímelo, mételo en un sobre, pégale los sellos, llévalo al buzón y espérate un par de semanas para recibir respuesta.

Evidentemente, la llegada del correo electrónico cambió de arriba abajo la forma de trabajar en las oficinas del mundo. Pero no sólo cambió por la inmediatez que nos daba la tecnología –escribes, le das a «enviar» y al cabo de unos segundos tus palabras aparecen en la pantalla de tu compañera del despacho de al lado y, si quieres, a la vez, en la pantalla de una (o cincuenta) empresas en China– sino que la inmediatez y las características específicas del correo electrónico han hecho cambiar también nuestra forma de escribir.

El correo electrónico se posicionó primero como una versión informal y rápida de la carta. Al escribirlo no es necesario plantearse temas que sí nos planteábamos en las cartas: tipos de letra, interlineado o, incluso, la longitud de los párrafos y la composición visual dentro de un folio.

El formato del correo nos liberó de todo esto. No necesitamos pensar en el interlineado ni en el tipo de letra, porque lo tenemos por defecto. Y tampoco nos paramos a mirar demasiado el aspecto visual que tiene el texto, porque sabemos que depende mucho de cómo lo reciba el receptor (si lo mira en el móvil, verá los párrafos de una manera y, si lo mira en pantalla, de otra).

Pero, en el camino hacia esa libertad compositiva, quizás perdimos algunas cosas que son necesarias para hacer que un mensaje sea efectivo y entendedor, y hoy te contaré tres muy importantes:

  1. La necesidad de escribirlo: las cartas comportaban trabajo, tiempo y recursos (papel, sobre, sellos), por tanto, a veces se podía decidir que era más efectivo hacer una llamada o esperar a la próxima reunión para comentar un tema. Ahora se envían correos, a veces, para preguntarle a la compañera del despacho de al lado si ya tiene ganas de ir a comer. Estos mensajes no hacen más que llenar de basura los buzones. Es mejor convertirlos en la oportunidad de levantarnos y mover las piernas de camino al despacho de al lado.
  2. La unidad semántica y visual de los párrafos: cada párrafo debería contener solo una idea. La inmediatez y el medio del correo nos hacen escribir tan rápidamente como pensamos y no nos da tiempo a preguntarnos si cada párrafo contiene una idea o si un párrafo ha quedado demasiado apretado o excesivamente corto. Y, cuando no lo hacemos, le ponemos más difícil al receptor la comprensión de lo que queremos transmitir. Porque, aunque no seamos conscientes de ello(!), como lectores sí esperamos que cada párrafo contenga una sola idea.
  3. El momento de la revisión: Por muy rápido que tecleemos, es necesario releer lo que hemos escrito antes de enviarlo. Cuando escribíamos cartas, seguro que lo hacíamos porque veíamos y releíamos el texto mientras lo escribíamos, al recogerlo de la impresora, antes de firmarlo... Ahora escribimos deprisa, clicamos un botón y, la mitad de las veces, no releemos el texto. Y así no podemos detectar si nos hemos equivocado con los párrafos o si se ha escapado algún error o errata.

Aunque el fax te parezca un concepto prehistórico y nunca hayas escrito una carta en tu vida, piensa que, a veces, en la lentitud del pasado podemos encontrar aprendizajes. Los correos son inmediatos, pero debemos vigilar que su inmediatez no nos enturbie su efectividad.

Un correo escrito a toda prisa con los párrafos mal distribuidos o con un texto lleno de errores puede ser una fuente de malentendidos y confusiones. Además, repercute negativamente en nuestra imagen y en la de nuestra empresa. Solo con dedicar un par de minutos antes de pulsar el botón de «enviar» podemos resolver fácilmente problemas de párrafos y podemos ayudarnos de un corrector para interceptar la mayoría de los errores y erratas.

¿Qué te parece, lo intentamos? ¿O ya lo haces?

(Y si por casualidad estás pensando que todo esto no va contigo, que el correo electrónico ya es un medio del pasado, no desconectes, que otro día hablaremos de la mensajería instantánea)